Todos los huracanes tienen un nombre... a veces, también un apellido.

La conocí en el ojo del huracán, pero no lo sabía... yo que era amante de la paz, del orden, de lo planeado, de lo simple; era feliz.
Pensaba que la vida era de una sola manera y todo aquel que la viera distinta debía ser ignorado... hasta que el centro de esa gran tempestad empezó a desplazarse y a mostrar sus verdaderas paredes, creo que nada me asustó tanto en la vida como presenciar ese gran cambio, toda mi estructura se vino abajo con tanta violencia. Todo lo que amaba se fue con el ojo de su vida.
Tanto me invadió el miedo que mi comportamiento era el de un niño perdido, en un bosque desconocido. Empecé a correr, pidiendo auxilio a cualquiera que tenga las herramientas para salvarme, nadie supo ni siquiera acercarse a la puerta de su casa a escuchar mis gritos, gritos necios que buscaban algún manual de vida... como si eso existiese.
No me quedó más remedio que aferrarme y sobrevivir, dure el tiempo que tenga que durar. Cuervos negros revoloteaban como si el vendaval no les afectará, y yo, haciendo honor a mi fama de pusilánime; también les tuve miedo.
Ella pasó; me dejó devastado... comprendí que la cobardía y la desesperación no eran más que resistencias a la idea de enamorarme de su vorágine. Y en la lucha constante, más que idea era el sentir.
Ella se fue, sin ningún tipo de remordimiento, ni siquiera pregunto quién iba a limpiar todo ese desastre, solo dijo adiós, me dió un beso y se marchó. Me dejó deslumbrado... a pesar de la guerra que se había librado, quedé admirando sus rastros de luz (lo único que pude ver) y terminé aceptando que amaba mucho más sus tormentas que su paz en los principios... Me volvió loco, el que soy ahora.
Comprendí que ese caos se llama libertad... y yo temía ser libre, hasta que la conocí.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Muerte de Superman

Lo poco que escribo

El fin de semana.