El día que planté memoria. Julio del 78 (Basado en un relato verídico)
En el 78 me
encontraba prestando servicio militar obligatorio en el regimiento Monte 29 de
la provincia de Formosa, era muy joven y como ni siquiera tuve la posibilidad
de terminar la secundaria, no entendía mucho lo que estaba sucediendo en el
país. Yo solo sabía que no me caía muy bien la izquierda de aquellos tiempos… durante
mi estadía en la fuerza me formaron para que ese sentimiento se agrande y se
fortalezca, extendiendo mi odio hacia todo aquel que intentara ir en contra del
Proceso de Reorganización Nacional, ese era el deber que nos encomendaban.
Pero, aun así,
en mi corto paso en el servicio solo me encargaban las guardias, tareas de
limpieza y alguna que otra vez la custodia de algunos prisioneros. De todos
modos, lo que sucedía puertas adentro se sabía… Nos hacían creer que los
prisioneros que llegaban eran terroristas que habían intentado asesinar a la
familia de algún superior o de algún camarada y realmente creía que lo que se
hacía era lo correcto, hasta que una noche recibí la noticia de un compañero
que me hizo temblar del miedo, derrotado por la incertidumbre y desesperación.
Yo salí de una
familia pobre, que vivía con menos de lo justo. Por eso, con la mayoría de mis
hermanos no pudimos completar nuestros estudios, debíamos trabajar desde niños
para poder comer y también para poder pagarle la educación a mis hermanas, que
eran mis protegidas. Era tan grande el amor que sentía por ellas que ese
trabajo no me pesaba y hasta a veces me sentaba a ver como hacían sus tareas.
A dos años del
inicio del gobierno militar, los varones de la familia empezamos a dar los
primeros pasos en las distintas fuerzas mientras que dos de mis hermanas se
desempeñaban en las oficinas del ferrocarril. Las dos formaban parte del
sindicato, lo cual para mis superiores ya era motivo de sospecha, puertas
adentro se decía que los sindicatos eran nidos de guerrilleros. Sabía que ellas
eran tranquilas y que solo eran idealistas, pero también insistía para que saquen
sus nombres de cualquier lista.
Una noche en
julio 78, recuerdo que hacía mucho frio y me encontraba en una de mis guardias
cuando un camarada me dice que tenemos que recibir a dos prisioneras, las dos
trabajadoras ferroviarias… Y ahí fue donde mi vista se nublo y mi corazón
comenzó a latir más rápido. Yo sabía lo que hacían con las mujeres que se
encontraban como prisioneras, por los gritos además del relato orgulloso de los
superiores que contaban como las torturaban y violaban.
En ese momento
solo podía pensar que las mujeres que traían secuestradas eran mis hermanas y
entonces preparé mi arma. Listo para esperar.
Si eran ellas,
me paraba en frente y les metía un tiro en la cabeza a cada una para luego
quitarme la vida. A eso estaba dispuesto para que no jueguen con ellas de la
forma en que lo hacían. Cuando llego el camión y las bajaron, me pare
en frente pero no eran ellas… Sin embargo, mi sentimiento no cambio. Las
conocía, eran sus compañeras de trabajo. A una la llevaron por ser esposa de un
sindicalista que escapó y a la otra por encontrarle una foto de Eva Perón junto
a un cuaderno del sindicato en un cajón.
Ese fue el día
en que planté memoria y entendí lo que realmente estaba pasando. Sentí tanto
dolor, como si fuera uno de ellos o familiar de alguno. A partir de ese día fue
una tortura terminar los meses que me faltaban para terminar mi servicio obligatorio,
sabiendo que nuestra voz no importaba y si nos oponíamos a las ordenes o
desertábamos podríamos ser tomados como subversivos, con todo lo que eso
implica.
Cuando pude volví
a casa y quemé todo lo que podía comprometer a mi familia. Libros de escuela,
cuadernos, libros, cuadros, todo. Así zafamos de la “inspección” el día que le
toco a nuestro hogar.
Cumplí con el
servicio ese mismo año y no fui el mismo.
Memoria y Justicia.
Nunca más.
Al terrorismo
de estado.
A la impunidad.
A la mentira.
A la violencia
institucional.
Nunca más.
R.H.G
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